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TLAHUIKAYOTL

domingo, 25 de octubre de 2009

Historia de las indias – parte 2 -

Capítulo CL

Porque el Almirante antes que se fuese a Castilla el año de 96, por marzo, o el Adelantado17, después del Almirante ido, allende los tributos que los reyes y gentes suyas daban, o quizás por tributos principales (porque esto no lo pude averiguar), imponía a ciertos reyes y señores que tuviesen cargo de hacer las labranzas de los pueblos cristianos españoles, y les sirviesen con toda su gente para su mantenimiento y otros servicios personales, de donde hobo origen la pestilencia del repartimiento y encomiendas, que ha devastado y consumido todas estas Indias, como se verá, placiendo a Dios, en los libros siguientes. Cuando estos servicios cesaban los reyes y sus gentes de dar, porque no lo podían sufrir o porque no los querían dar, porque se vían privados de su libertad y puestos en dura servidumbre, allende mil otras ordinarias vejaciones y aflicciones crueles y bestiales e importunos tratamientos que de los cristianos cada hora padecían, luego los tenían por rebeldes y que se alzaban, y por consiguiente, luego era la guerra tras ellos; y muertos los que en ellas con increíble inhumanidad se mataban, todos los que se podían tomar a vida se hacían esclavos, y esta era la principal granjería del Almirante, con que pensaba y esperaba suplir los gastos que hacían los Reyes sustentando la gente española acá, y ofrecía por provechos y rentas a los Reyes, y por manera de que se aficionasen mercaderes a venir con mercadurías y gente a vivir acá, sin que quisiesen sueldo del rey, ni de don alguno hobiesen necesidad. La segunda granjería, decía que era el brasil que había en la provincia de Yaquimo, que es en esta costa del sur, ochenta o pocas menos leguas de aquí de Santo Domingo, la costa abajo. Y de ambas a dos granjerías escribió a los Reyes, agora con estos cinco navíos que abajo diremos que despachó, que de cuatro mil esclavos y de otros cuatro mil quintales de brasil le habían certificado que se habrían cuarenta cuentos, y que18 fuesen veinte cuentos sería gran cosa; y dice así en aquella carta, el trasunto de la cual, escrito de su misma mano, tengo en mi poder:

«De acá se pueden, con el nombre de la Santa Trinidad, enviar todos los esclavos que se pudieren vender, y brasil, de los cuales, si la información que yo tengo es cierta, me dicen que se podrán, vender cuatro mil, y que, a poco valer, valdrán veinte cuentos, y cuatro mil quintales de brasil, que pueden valer otro tanto, y el gasto puede ser aquí seis cuentos. Así que, a prima haz19, buenos serían cuarenta cuentos, si esto saliese así. Y cierto la razón que dan a ello parece auténtica, porque en Castilla, y Portogal, y Aragón, y Italia, y Cecilia, y las islas de Portogal, y de Aragón y las Canarias gastan muchos esclavos, y creo que de Guinea ya no vengan tantos; y que viniesen20, uno déstos vale por tres, según se ve. Y yo estos días que fui a las islas de Cabo Verde, de donde la gente dellas tienen gran trato en los esclavos y de contino envían navíos a los resgatar y están a la puerta21, yo vi que por el más roin demandaban ocho mil maravedís, y éstos, como dije, para tener en cuenta, y aquéllos no para que se vean. Del brasil, dicen que en Castilla, y Aragón, y Génova y Venecia, y grande suma en Francia, y en Flandes y en Inglaterra. Así que destas dos cosas, según su parecer, se pueden sacar estos cuarenta cuentos, si no hobiese falta de navíos que viniesen por esto, los cuales creo, con el ayuda de Nuestro Señor, que no habrá, si una vez se ceban en este viaje». Y un poco más abajo dice: «Así que aquí hay estos esclavos y brasil, que parece cosa viva, y aun oro, si place a Aquél que lo dio y lo dará cuando viere que convenga, etc.». Y más abajo dice: «Acá no falta para haber la renta que encima dije, salvo que vengan navíos muchos para llevar estas cosas que dije, y yo creo que presto será la gente de la mar cebados en ello, que agora los maestres y marineros (de los cinco navíos había de decir), van todos ricos y con intinción de volver luego y levar los esclavos a mil y quinientos maravedís la pieza, y dalles de comer, y la paga sea dellos mesmos, de los primeros dineros que dellos salieren. Y bien que mueran agora así, no será siempre desta manera, que así hacían los negros y los canarios a la primera, y aun ha vantaje en éstos (quiere decir que los indios hacen ventaja a los negros), que uno que escape no lo venderá su dueño por dinero que le den, etc.».

Estas son sus palabras, puesto que defectuosas cuanto a nuestro lenguaje castellano, el cual no sabía bien, pero más insensiblemente dichas. Y cosa es de maravillar, como algunas veces arriba he dicho, que un hombre, cierto no puedo decir sino bueno de su naturaleza y de buena intinción, estuviese tan ciego en cosa tan clara; bien se me podrá responder no ser maravilla que él se cegase, pues se cegaron tantos letrados que los Reyes cabe si tenían, en no alumbrallo a él y reprendelle tanta ceguedad como tenía, en poner todo el principal fundamento de las rentas y provechos temporales de los Reyes, y suyos y de los españoles, y la prosperidad deste su negocio de las Indias que había descubierto, en la cargazón de indios inocentes (mejor diría en la sangre), malísima y detestablemente hechos esclavos como si fueran piezas, como él los llama, o cabezas de cabras, como las que dijimos en el capítulo 131 que había monteses en las islas de Cabo Verde, y hinchir a Castilla y a Portogal, y a Aragón, e Italia, y Cecilia y las islas de Portogal y de Aragón y las Canarias, donde dicen que gastan muchos esclavos; hinchir, digo, tantos reinos y provincias de indios con la dicha justicia y santidad hechos esclavos, y no tener escrúpulo de que se muriesen al presente algunos (y es cierto que de cada ciento, a cabo de un año, no escapaban diez), porque así morían, dice él al principio, los negros y los canarios, ¿qué mayor ni más supina insensibilidad y ceguedad que ésta? Y lo bueno dello es que dice que con el nombre de la Santa Trinidad se podían enviar todos los esclavos que se pudiesen vender en todos los dichos reinos; y muchas veces creí que aquesta ceguedad y corrupción aprendió el Almirante y se le pegó de la que tuvieron y hoy tienen los portogueses en la negociación, o por verdad decir, execrabilísima tiranía en Guinea, como arriba, hablando della, se vido.

Deste paso y de otros muchos en esta materia y granjería de esclavos que sé dél, tuve para mí por averiguado que deseaba que los tristes inocentes indios dejasen de acudir con los tributos y servicios personales que les imponía, o se huyesen o alzasen, como él y los demás decían, y hoy dicen los españoles, o resistiesen a él y a los demás cristianos (como justísimamente podían y debían hacerlo, como contra sus capitales hostes22 y manifiestos enemigos) por tener ocasión de hacerlos esclavos y cargar todos los navíos dellos, y engrosar y prosperar su granjería; y porque los letrados que estaban a par de los Reyes, que eran obligados a no ignorar tan gran tiranía y abyección y perdición del linaje humano, habiéndose cometido a los Reyes, como a cristianísimos, aquesta parte dél tan sin número para atraella y convertilla a Cristo, no alumbraron a Sus Altezas de la verdad y de la justicia; los Reyes no se lo reprendieron, pero proveyó por otra vía y con otra color quitárselo de las manos al Almirante la divina Providencia el negocio, porque con tan vehemente vendimia no asolase en breve toda esta isla, sino que quedase algo para que se fuesen al infierno muchos otros matadores destas gentes, cayendo de ojos en tan lamentable ofendículo.

He traído todo lo dicho en este capítulo para que se suponga a lo que agora quiero decir, y lo que dijere a lo que se dirá en el siguiente capítulo, y es que porque cierto cacique y gente suya, no sé si el dedicado al servicio de la fortaleza de la Vega, o a otra parte donde había cristianos españoles, cesó de servir o de traer la comida o tributo o las cosas que les eran impuestas o se fue a los montes huyendo o no quiso más venir; luego como el Almirante desembarcó, que lo supo, envió gente allá, y tráenle una buena presa a cabalgada de inocentes, para echar en estos cinco navíos que agora cargar de esclavos y despachar para Castilla quería, y enviarlos a no dudosa, sino certísima, carnecería.

Capítulo CLI

Venido Francisco Roldán y Pedro de Gámez y Adrián de Mojica y otros principales al Bonao, a la casa del Riquelme, donde se habían concertado juntar, fue luego el alcaide Miguel Ballester a hablarles, como el Almirante le había escrito, el cual les habló todo lo que convenía, ofreciéndoles de parte del Almirante todo perdón y buen tratamiento y olvido de todos los yerros pasados, exhortándolos con todas las razones que pudo, poniéndoles los convenientes e inconvenientes y daños y escándalos delante, y cuánto de la reducción y obediencia dellos al Almirante los Reyes serían servidos, y deservidos de lo contrario; pero el Francisco Roldán y los demás mostraron venir de otro propósito, diciéndole palabras contra el Almirante desvariadas y de gran soberbia obstinada; entre las cuales fueron, que no venían a buscar paz ni concordia, sino guerra, y que él tenía al Almirante y a todo su estado en el puño para sostenelle o deshacelle, y que en ninguna manera le hablase nadie cosa que tocase a hacer concierto y partido, hasta tanto que el Almirante le enviase la cabalgada que había hecho llevar de indios presos por esclavos, porque él los tenía so su mamparo23 y palabra asegurados, y a él pertenecía el librarlos de quien tanto agravio les hacía injustamente; por eso, que luego se los enviasen; si no, que haría y acontecería. Bien hay que notar aquí, como se dijo arriba en el capítulo 117, que si este Francisco Roldán y los que con él andaban robando los indios y destruyendo por su parte toda esta isla se movieran contra el Almirante bona fide, solamente por celo de la justicia y de librar aquellos sus prójimos de la servidumbre injusta en que el Almirante los condenaba, y de la muerte cierta que habían de padecer llevándolos a vender a Castilla, justísima fuera su guerra contra él, y merecieran que en esta vida los Reyes se lo agradecieran y hicieran mercedes, y en la otra que Dios les remunerara con eterno galardón; y así tuvieran mucha razón de no querer tomar partido ni asiento de paz y amistad con el Almirante, hasta que les enviara y restituyera en su libertad todos los indios de aquella cabalgada. Pero como Francisco Roldán y todos los que con él andaban eran, cierto, tiranos y rebeldes a su verdadero y jurídico superior el Almirante, y no pretendían sino libertad por andar triunfando de los indios y de toda la isla, señores y súbditos, y gozar en sus vicios sin que hobiese quien les fuese a la mano, y buscar ocasiones y colores24 para justificar y dorar su rebelión y desobediencia y maldades, por eso ni justificaban su guerra y desobediencia, ni excusaban sus grandes pecados que contra los indios, robándolos y afligiéndolos por otras mil partes y vías, y contra el Almirante y sus mandamientos, que era su propio juez y superior, cometían; ni podían dorar ni colorar la causa que alegaban de no venir en concierto y partido, que se les diese la cabalgada por alguna vía. Tomada ocasión y color de su nueva pertinacia deste pedir la cabalgada (digo nueva pertinacia, porque los amigos que tenían con el Almirante le habían con instancia suplicado que les perdonase, y creía que se acercaban para más presto venir a su obediencia y besarle las manos), acuerda Roldán y otros tres, los principales, que eran propriamente criados del Almirante y ganaban su sueldo, de se desistir y renunciar el ser sus criados y el sueldo que ganaban, alegando nuevos achaques, y éstos fueron Roldán, y Adriano, y Pedro Gámez y Diego de Escobar, los cuales le escribieron la siguiente carta:

Ilustre y muy magnífico señor: Vuestra señoría sabrá que por las cosas pasadas entre el Adelantado y mí, Francisco Roldán, y Pedro de Gámez y Adrián de Mojica y Diego de Escobar, criados de vuestra señoría, y otros muchos que en esta compañía están, fue necesario de nos apartar de la ira del Adelantado, y según los agravios que habíamos recibido, la gente que acá está proponía de ir contra él para le destruir; y mirando el servicio de vuestra Señoría, los dichos Pedro de Gámez y Adrián de Mojica y Diego de Escobar y Francisco Roldán hemos trabajado de sostener en concordia y en amor toda la gente que en esta compañía está, poniéndoles muchas razones y diciendo cuánto cumplía al servicio del Rey y de la Reina, nuestros señores, no se entendiese en cosa ninguna, fasta que vuestra señoría viniese, porque entendíamos que venido que fuese, miraría la razón que ellos y nosotros teníamos de nos apartar; y con muchas razones que aquí no se dicen, hemos estado a una parte de la isla esperando su venida, y agora ha ya más de un mes que vuestra señoría está en la tierra y no nos ha escrito, mandándonos qué es lo que hobiésemos de hacer, por lo cual creemos está muy enojado de nosotros, y por muchas razones que se nos han dicho que vuestra señoría dice de nosotros, deseándonos maltratar y castigar, no mirando cuánto le hemos servido en evitar algún daño que pudiera hallar hecho.

E pues que así es, hemos acordado, por remedio de nuestras honras y vidas, de no nos consentir maltratar, lo cual no podemos hacer limpiamente si fuésemos suyos; por ende, suplicamos a vuestra señoría nos mande dar licencia, que de hoy en adelante no nos tenga por suyos, y así nos despedimos de la vivienda que con vuestra señoría teníamos asentada, aunque se nos hace muy grave, pero esnos forzado por cumplir con nuestras honras.

Nuestro Señor guarde y prospere el estado de vuestra señoría como por Él es deseado. Del Bonao, hoy miércoles, 17 días del mes de octubre de 98 años. -Francisco Roldán. -Y por Adrián de Mojica, Francisco Roldán. -Pedro de Gámez. -Diego de Escobar.

Esta es a la letra su carta, la cual originalmente tuve yo en mi poder, firmada de sus nombres y proprias firmas.

Capítulo CLII

Hablado que hobo el alcaide Ballester a Roldán y a su gente alzada, vínose para esta ciudad de Santo Domingo a dar cuenta al Almirante de la respuesta que dieron, y por ventura, trujo él la dicha su carta. Desque el Almirante supo la respuesta y conoció no concordar con lo que los amigos de Roldán le habían rogado y suplicado y certificado, que quería venirse a él, y también porque habían dicho al alcaide Ballester que no querían que alguno viniese a ellas ni tratase con ellos de parte del Almirante sino Alonso Sánchez de Carvajal, comenzó el Almirante a sospechar vehementemente contra la fidelidad del Carvajal, y los que con el Almirante estaban lo mismo, acumulando muchos indicios y conjeturas que parecían concluir y averiguar la que sospechaban. Y uno fue no haber hecho tanto como parece que debiera en no recobrar los cuarenta hombres, que de los que traía de Castilla se le habían pasado. Lo segundo, por muchas pláticas que ambos habían tenido en el navío, estando juntos, y refrescos que le había dado. El tercero, porque había, según parece por una carta que el Almirante escribió a los Reyes, procurado de traer poder para ser acompañado del Almirante, como Juan Aguado debía de haber referido muchas quejas de los malos tratamientos que decían que había hecho a los cristianos, y debía entonces quizá desto algo tratarse, y dondequiera que el Carvajal se hallaba dijeron que se jactaba, publicando que venía por acompañado del Almirante. Lo cuarto, porque idos los dos capitanes con los tres navíos y el Carvajal quedado para se venir por tierra a esta ciudad, envió Francisco Roldán con él cierta gente, y con ella por capitán a Pedro de Gámez, que era de los principales con quien había mucho hablado y comunicado cuando estuvo en los navíos, para que le acompañasen y guardasen hasta seis leguas desta ciudad, por los indios que había en el camino. Lo quinto, porque se dijo que el mismo Carvajal indujo y provocó al Roldán y a los demás a que se viniesen hacia el Bonao, para que si el Almirante se tardase o nunca viniese, que el Carvajal, como acompañado del Almirante, y Francisco Roldán, como alcalde mayor, gobernasen esta isla, aunque pesase al Adelantado. Lo sexto, porque venidos al Bonao, se carteaba con el Roldán y los demás y les inviaba cosas de las traídas de Castilla. Lo sétimo, porque decían que no querían que interviniese otro con ellos sino Carvajal, y aun que lo tomarían por capitán. Todos estos indicios parecían ser eficaces para dél sospechar; pero con todo esto, el Almirante, creyendo que, pues era caballero, haría como bueno y también porque no podía más, porque se lo pedían ellos, acordó enviarlo juntamente con el alcaide Ballester, para que les hablase de su parte y redujese a la razón, proponiéndoles los bienes que dello se seguirían y los daños del contrario delante; y antes que supiese la respuesta de los dos, escribió la presente carta a Francisco Roldán:

Caro amigo: Recebí vuestra carta. Luego que allí llegué, después de haber preguntado por el señor Adelantado y don Diego, pregunté por vos como por aquél en quien tenía yo harta confianza y dejé con tanta certeza de haber bien de temperar25 y asentar todas cosas que menester fuesen, y no me supieron dar nuevas de vos, salvo que todos a una voz me dijeron que de algunas diferencias que acá habían pasado que por ello deseábades mi venida como la salvación del ánima; y yo ciertamente así lo creí, porque aun lo viera con el ojo y no creyera que vos habíades de trabajar fasta perder la vida, salvo en cosa que a mí cumpliese; y a esta causa fablé largo con el alcaide, con mucha certeza que, según las palabras que yo le había dicho y os dijo, que luego verníades acá. Allende la cual venida, creí antes desto que, aunque acá se hobiesen pasado cosas más graves de las que éstas puedan ser, que aun bien no llegaría, cuando vos seríades conmigo, a me dar cuenta con placer de las cosas de vuestro cargo, así como lo hicieron todos los otros a quien cargo dejé y como es de costumbre y honra dellos. Veramente, si en ello había impedimentos por palabras, que se farían por escrito, y que no era menester seguro ni carta; y que fuera así, yo dije, luego que aquí llegué, que yo aseguraba a todos que cada uno pudiese venir a mí y decir lo que les placía y de nuevo lo torno a decir y los aseguro. Y cuanto a lo otro que decís de la ida de Castilla, yo a vuestra causa y de las personas que están con vos, creyendo que algunos se querrían ir, he detenido los navíos diez y ocho días más de la demora, y detuviera más, salvo que los indios que llevan les daban gran costa y se les morían. Paréceme que no es deber creer de ligero y debéis mirar a vuestras honras más de lo que me dicen que facéis, porque no hay nadie a quien más toque, y no dar causa que las personas que os quieren mal acá o en vuestra tierra hayan en qué decir, y evitar que el Rey y la Reina, nuestros señores, no hayan enojo de cosas en que esperaban placer. Por cierto, cuando me preguntaran por las personas de acá en quien pudiese tener el señor Adelantado consejo y confianza, yo os nombré primero que a otro, y les puse vuestro servicio tan alto, que agora estoy con pena que con estos navíos hayan de oír el contrario. Agora ved qué es lo que se puede o convenga al caso, y avisadme dello, pues los navíos partieron.

Nuestro Señor os haya en su guarda. De Santo Domingo, a 20 de octubre.

Esto contenía aquella carta, por la cual parece que otra debiera el Almirante haber recibido de Roldán, la cual no vino a mis manos.

Llegados el alcaide Ballester y Alonso Sánchez de Carvajal al Bonao, habloles Carvajal muy elocuentemente a todos, y con tanta eficacia que movió a Francisco Roldán y a los más principales a que fuesen a hablar al Almirante, donde todo se concluyera y asosegara sin duda, según se creía; pero como la gente que traía, toda por la mayor parte no tomaba placer de dejar la vida haragana y libre que traía, por ser gente viciosa y baja, mayormente los que había tomado en Jaraguá de los condenados que el Almirante había enviado, ya que quería Roldán y los demás venir aquí a Santo Domingo con Carvajal y el Almirante, saltan todos con voces altas diciendo que juraban a tal que no había de ser así, y que no habían de consentir que fuesen Roldán ni los demás, sino que si concierto se había de hacer fuese allí público a todos, pues a todos tocaba.

Porfiando Carvajal y el alcaide por meterlos en razón por algunos días, al cabo no aprovecharon nada. Finalmente, acordó Roldán escrebir al Almirante, cómo quisiera venir con Carvajal a le hacer reverencia él y otros de su compañía, y que los demás no le consintieron que fuese, pero que porque él temía que el Adelantado o otro por él le haría alguna afrenta o daño, no embargante el seguro que de palabra le enviaba, y porque las cosas después de hechas, dijo él, no tienen remedio, por tanto, que le enviase un seguro firmado de su nombre, la firma del cual él enviaba escrito, para él y para algunos mancebos de los que él tenía consigo y había de traer; y allén desto, Carvajal y otros de los principales criados del Almirante tomasen la fe y palabra fuerte y firme al Adelantado, que él ni otra persona por él les hará mal ni daño ni enojo alguno durante el seguro, y lo firmasen de sus nombres, y con esto así concedido, él vernía a besarle las manos y a hacer todo lo que mandase en el negocio, y que vería cuánto dél sería servido en ello.

Con esta carta que debía traer Carvajal, escribió el alcaide Ballester al Almirante la siguiente carta, cuyos treslados originales y firmados de sus propios nombres tengo yo en mi poder; la cual dice así:

Ilustre y muy magnífico señor: Ayer lunes, a mediodía, llegamos acá en el Bonao, y luego a la hora Carvajal habló largamente a toda esta gente, y su habla fue tan allegada al servicio de Dios y de Sus Altezas y de vuestra señoría, que Salamón ni doctor ninguno no hallara enmienda ninguna, y como quiera que la mayor parte desta gente hayan más gana de guerra que de paz, a los tales no les parece bien; mas los que no querían errar a vuestra señoría, sino servirle, les pareció que era razonable y justa cosa todo lo que Carvajal decía, los cuales eran Francisco Roldán y Gámez y Escobar y dos o tres otros, los cuales juntamente acordaron que fuese el alcaide y Gámez a besar las manos a vuestra señoría y a concertar cosa justa y posible, por excusar y matar el fuego que se va encendiendo más de lo encendido; y acordado esto, que ya queríamos cabalgar, y yo con ellos, porque a todos les pareció que yo debía volver con Carvajal y ellos, y en aquel instante vinieron todos a requirir a Francisco Roldán y a Gámez, que habían acordado que no fuesen, sino que por escrito llevase Carvajal lo que pedían; y que si en aquello vuestra señoría viniese, que aquello se hiciese y otra cosa no. Y yo, señor, por lo que debe criado a su señor, suplico a vuestra señoría concierte con ellos en todo caso, especialmente para que se vayan a Castilla, como ellos piden, porque otramente creo cierto que no se harían los hechos de vuestra señoría como era de razón y querría, porque me parece que lo que dicen es verdad, que se han de pasar los más a ellos; y así me parece que se va mostrando por la obra, que después que yo pasé para ir a vuestra señoría se les han venido unos ocho, y diciéndoles que por qué no se acercan allá, que ellos saben que se pasarán más de treinta; y esto les ha dicho García, aserrador, y otro valenciano que se han pasado con ellos. Y yo cierto creo que después de los hidalgos y hombres de pro que vuestra señoría tiene junto con sus criados, que aquellos que los terná vuestra señoría muy ciertos para morir en su servicio, y la otra gente de común yo pornía mucha duda. Y a esta causa, señor, conviene al estado de vuestra señoría, concierte su ida de una manera u otra, pues ellos lo piden, y quien otra cosa a vuestra señoría consejare no querrá su servicio o vivirá engañado. Y si en algo de lo dicho he errado, será por dolerme del estado de vuestra señoría, viéndolo en tan gran peligro no haciendo iguala con esta gente26. Y quedo rogando a Nuestro Señor dé seso y saber a vuestra señoría, que las cosas se hagan a su santo servicio y con acrecentamiento y dura del estado de vuestra señoría. Fecha en el Bonao, hoy martes, a 16 de octubre. Miguel Ballester.

Esta es su carta, y bien parece que era catalán, porque hablaba imperfectamente, pero hombre virtuoso y honrado y de voluntad sincera y simple; yo le conocí mucho.

Capítulo CLIII

Vista esta carta y la relación que Carvajal dio, grande fue el angustia que el Almirante recibió, y él sintió bien claro ser verdad que tenía pocos consigo que en la necesidad le siguiesen, porque haciendo alarde27 para si conviniese ir al Bonao a prender a Francisco Roldán, no halló sino setenta hombres que dijesen que harían lo que les mandase, de muchos de los cuales no tenía confianza, sino que al mejor tiempo le habían de dejar; y de los otros, uno se hacía cojo y otro enfermo y otro se excusaba con decir que tenía con Francisco Roldán su amigo, y otro su pariente, por manera que ningún favor ni consuelo de alguna parte tenía. Por esta necesidad extrema que padecía, y por el ansia que tenía de asentar la tierra y que los indios tornasen a pagar los tributos (injustamente impuestos, como arriba se dijo), por enviar dineros a los Reyes y suplir con rentas que acá tuviesen los gastos que en proveer las cosas desta isla hacían, todo cuanto razonablemente los alzados le pidiesen estaba para concederlo aparejadísimo.

Luego, pues, ordenó dos cosas: la una, puesto que fue la postrera, y pónese aquí primera por ser más general, y es que hizo una carta de seguro general que todas las personas que se hobiesen llegado y seguido a Francisco Roldán en las diferencias pasadas, y el dicho Francisco Roldán, juntamente o apartado, que quisiesen venir a servir a Sus Altezas como de antes, pudiesen venir juntamente o cada uno por sí, que él, como visorrey de Sus Altezas y en su nombre, los aseguraba sus personas y bienes, y les prometía de no entender en cosa alguna de los casos pasados fasta el día de la fecha; y en los casos venideros, si acaeciesen, les prometía que la justicia se habría humana y piadosamente con ellos, y les daba licencia que los que quisiesen irse a Castilla, se fuesen cada y cuando ellos quisiesen irse, y les daría sus libranzas de los sueldos que se les debiesen, los cuales viniesen a gozar deste seguro dentro de diez y seis días, y los que estuviesen primeros siguientes, y si estuviesen algunos dellos distantes más de treinta leguas, fuesen obligados a venir dentro de treinta días; donde no viniesen dentro de los dichos términos, juntos o cada uno por sí, que procedería contra ellos por la guisa que hallase que complía al servicio de Sus Altezas y a su justicia. Y mandó que se apregonase públicamente y estuviese fijada la dicha carta de seguro en la puerta de la fortaleza. Fue hecha en esta ciudad de Santo Domingo, que estaba entonces en la otra parte del río, viernes, 9 días de noviembre de 1498.

Lo segundo que proveyó fue que envió otra carta de seguro particular al dicho Roldán y a los que con él viniesen del tenor que se la envió el dicho Roldán, y decía así:

Yo, don Cristóbal Colón, Almirante del Mar Océano, visorrey y gobernador perpetuo de las islas y tierra firme de las Indias por el Rey y la Reina, nuestros señores y su capitán general de la mar y del su Consejo. Por cuanto entre el Adelantado, mi hermano, y el alcaide Francisco Roldán y su compañía ha habido ciertas diferencias en mi absencia, estando yo en Castilla, y para dar medio en ello de manera que Sus Altezas sean servidos, es necesario que el dicho alcalde venga ante mí y me faga relación de todas las cosas según que han pasado, caso que yo de algo dello esté informado por el dicho Adelantado. Y porque dicho alcaide se recela por ser el dicho Adelantado, como es, mi hermano, por la presente doy seguro en nombre de Sus Altezas al dicho alcaide y a los que con él vinieren aquí a Santo Domingo, donde yo estoy, por venida y estada y vuelta al Bonao28, donde él agora está, que no será enojado ni molestado por cosa alguna ni de los que con él vinieren durante el dicho tiempo. Lo cual prometo y doy mi fe y palabra como caballero, según uso de España, de le complir y guardar este dicho seguro, como dicho es; en firmeza de lo cual firmé esta escritura de mi nombre. Fecha en Santo Domingo, a 26 días del mes de octubre. El Almirante.

Andando en estos tratos, porque los cinco navíos no traían de demora, por concierto que se suele hacer cuando les fletan, sino un mes, dentro del cual quedó el Almirante de despachallos, y por esperar cada día que se concluyera el concierto de que se trataba y el Almirante tanto deseaba con venir Francisco Roldán y su compañía a la obediencia y sosiego que debían, los había detenido diez y ocho días más por enviar a los Reyes buenas nuevas de quedar la isla pacífica y dispuesta para tornar a enhilar los tributos en los indios della, que era lo que mucho dolía y deseaba, como está dicho, el Almirante. Y los navíos también había cargado de esclavos, de los cuales se morían muchos y los echaban a la mar por este río abajo, lo uno, por la grande tristeza y angustia de verse sacar de sus tierras y dejar sus padres y mujeres y hijos, perder su libertad y cobrar servidumbre, puestos en poder de gente inhumana y cruel, como estimaban, y con justísima razón, ser los cristianos, y que los llevaban adonde y de donde jamás habían de volver; lo otro, por la falta de los mantenimientos, que no les daban sino un poco de cazabí29 seco, que para solo, sin otra cosa, es intolerable, y aun agua no les daban cuanta habían menester para remojarlo, por que30 para el viaje tan largo a los marineros no faltase; lo otro, porque como metían mucha gente y la ponían debajo de cubierta, cerradas las escotillas, que es como si en una mazmorra cerrasen todos los agujeros, juntamente con las ventanas, y la tierra caliente (y debajo de cubierta arden los navíos como vivas llamas), del ardor y fuego que dentro tenían, sin poder resollar, de angustia y apretamiento de los pechos, se ahogaban. Y desta manera ha sido infinito el número de las gentes destas Indias que han perecido, como en el libro III, si place a Dios, será relatado.

Así que, por las razones susodichas, fue constreñido el Almirante a despachar los dichos cinco navíos de indios cargados, los cuales fueron en tal hora, que de su llegada a Castilla y de la relación que a los Reyes hizo por sus mismas cartas el Almirante luego se originó y proveyó31 que perdiese su estado, y le sucedieron mayores amarguras y disfavores y desconsuelos que hasta entonces había padecido trabajos. No, cierto, por lo que había ofendido a Francisco Roldán ni los que con él andaban alzados, sino por las injusticias grandísimas y no oídas otras tales que contra estas inocentes gentes cometía y había perpetrado, y por su ejemplo Francisco Roldán y los demás quizá fue causa ocasional que perpetrasen. Porque, por ventura y aun sin ventura, si él no hubiera impuesto los tributos violentos e intempestivos, y para estas gentes más que insoportables, los reyes desta isla y súbditos suyos no desamaran su venida y estada de los cristianos en sus tierras; ni, exasperados de las vejaciones y fatigas que padecían por defenderse de quien los oprimía, no se pusieran en armas, si armas se podían decir las suyas, y no más armillas de niños, por título que se alzaban a quien no debían nada, él no les hiciera guerras en las cuales comenzaron y mediaron y perficcionaron diversas maneras y muy nuevas de crueldades en estos corderos los cristianos, y para presumir más de sí, como se vían contra las gallinas gallos tan aventajados, crecíanles con la cruel ferocidad los ánimos; ni quizá cayera en él tanta ansia de enviar de indios hechos tan malamente esclavos los navíos cargados. Y así, lo primero cesante, lo último con lo del medio cesara, y todo cesando, quizá no permitiera Dios que Francisco Roldán ni los demás rebeldes y tiranos contra él se levantaran ni cometieran en estas mansas y humildes gentes tantos y tan grandes estragos, lo cual no obstante, él floreciera y gozara felicemente del estado que misericordiosamente (como él siempre reconocía y confesaba, y por ello a Dios alababa) le había concedido, que al fin permitió (para su salvación, cierta, según yo creo) por las dichas causas fuese dél privado. Pero es de haber gran lástima que no advirtiese cuál fuese de sus angustias y caimiento en la estima y nombre deste su negocio de las Indias y de sus disfavores y adversidades la causa; porque si la sintiera, no hay duda sino que como era de buena intinción y deseaba no errar y todo lo enderezaba a honor de Dios, y como él siempre decía, de la Santa Trinidad, todo lo enmendara, y también la bondad divina su sentencia y castigo o lo revocara o lo templara.

Capítulo CLIV

Hiciéronse a la vela los cinco navíos, a 18 días del mes de otubre de aquel año de 498, en los cuales fue mi padre a Castilla desta isla, y pasaron grandes trabajos y peligros; fueron, como es dicho, cargados de indios hechos esclavos, y serían por todos seiscientos, y por los fletes de los demás, dio a los maestres docientos esclavos. En ellos escribió el Almirante a los Reyes muy largo, en dos cartas, haciéndoles relación de la rebelión de Francisco Roldán y de los con él alzados, de los daños que habían hecho y hacían por la isla, haciendo robos y violencias, y que mataba a los que se les antojaba por no nada, tomando las mujeres ajenas e hijas y otros muchos males perpetrando por donde andaban; y escribioles que le habían dicho que cuasi toda la parte del poniente desta isla, que es la donde32 reinaba el rey Behechio, que se llamaba Jaraguá, tenían muy alborotada y maltratada: y no dudo yo de ello y que era mucho más que podía ser la fama. En todas las cartas que escrebía, decía que esta tierra era la más fértil y abundosa que había en el mundo, y para todos los vicios aparejada, y, por tanto, propria para hombres viciosos y haraganes.

Y en todo decía gran verdad, porque después que se hicieron a la tierra los españoles, saliendo de las enfermedades que por fuerza los habían de probar (no por ser enferma, como arriba en el capítulo 88 dejimos, sino por ser los aires más sotiles y las aguas más delgadas33 y los manjares de otras calidades, y, en fin, por estar de las nuestras tan distantes), andando de pueblo en pueblo y de lugar en lugar, comían a discreción, tomaban los indios para su servicio que querían y las mujeres que bien les parecía, y hacíanse llevar a cuestas en hombros de hombres en hamacas, de las cuales ya dije qué tales son; tenían sus cazadores que les cazaban y pescadores que les pescaban y cuantos indios querían como recuas, para les llevar las cargas, y sobre todo de puro miedo, por las crueldades que en los tristes indios hacían, eran reverenciados y adorados, pero no amados, antes aborrecidos como si fueran demonios infernales. Y porque esta vida el Almirante sabía que aquí los españoles vivían, y hallaban en la tierra para ello aparejo cuanto desear podían, con razón juzgaba que era la mejor del mundo para hombres viciosos y haraganes.

Entre otras viciosas desórdenes que en ellos abominaba, era comer los sábados carne, a lo cual no podía irles a la mano, por cuya causa suplicaba a los Reyes en muchas cartas que enviasen acá algunos devotos religiosos, porque eran muy necesarios, más para reformar la fe en cristianos, que para a los indios dalla. Y dice así: «Acá son muy necesarios devotos religiosos para reformar la fe en nos, más que por la dar a los indios, que ya sus costumbres nos han conquistado y les hacemos ventaja; y con esto un letrado, persona experimentada para la justicia, porque sin la justicia real creo que aprovecharán los religiosos poco». Éstas son sus palabras. Y en otra carta dice a los Reyes: «Presto habrá vecinos acá, porque esta tierra es abundosa de todas las cosas, en especial de pan y carne; aquí hay tanto pan de lo de los indios, que es maravilla, con el cual está nuestra gente, según dicen, más sanos que con el de trigo, y la carne es que ya hay infinitísimos puercos y gallinas, y hay unas alimañas34 que son atanto como conejos, y mejor carne, y dellos hay tantos en toda la isla, que un mozo indio con un perro trae cada día quince o veinte a su amo; en manera que no falta sino vino y vestuario. En lo demás es tierra de los mayores haraganes del mundo, y nuestra gente en ella no hay bueno ni malo que no tenga dos y tres indios que le sirvan y perros que le cacen, y bien que no sea para decir, mujeres atán fermosas, que es maravilla, de la cual costumbre estoy muy descontento, porque me parece que no sea servicio de Dios, ni lo puedo remediar, como del comer de la carne en sábado y otras malas costumbres que no son de buenos cristianos; para los cuales acá aprovecharía mucho algunos devotos religiosos, más para reformar la fe en los cristianos que para darla a los indios; ni yo jamás lo podré bien castigar, salvo si de allá se me envía gente, en cada pasaje cincuenta o sesenta, y yo envíe allá otros tantos de los haraganes y desobedientes, como agora fago, y éste es el mayor y mejor castigo, y con menos cargo del ánima, que yo vea, etc.». Esto todo repite en otras cartas, como vía que cada día se iban corrompiendo más la vida mala y nefanda de los españoles; y en la verdad, como fueron grandes quejas y debíalas de llevar Juan Aguado, de quien en el capítulo 107 hicimos larga mención, de que había tratado mal los españoles, ahorcando y azotando muchos, como en fin deste libro o al principio del segundo, placiendo a Dios, se verá, y también por estar levantado Francisco Roldán y los demás, estaba acobardado y ni osaba corregir las malas costumbres ni castigar o impedir los delitos y obras pésimas de robos y crueldades que también cometían en los indios los españoles que le seguían, como los de Francisco Roldán. Y así llora mucho esto en sus cartas, y en una dice: «Yo he sido culpado en el poblar, en el tratar de la gente, y en otras cosas muchas, como pobre extranjero envidiado, etc.». Dice en el poblar, porque le imputaban por malo haber poblado el primer pueblo en la Isabela, como si él hobiera visto y andado toda esta isla, y de industria escoger aquél por el peor lugar; nunca él hobiera errado en otra cosa sino en aquello, porque él vino a dar allí con los navíos diez y siete, cansados y molidos del viaje de Castilla, y las caballos y bestias que traía, y toda la gente afligida y medio enferma de tan luengo viaje, no acostumbrada y tan nunca en la mar, sin ver tierra tantos días, hasta entonces hombres se haber hallado; y es muy excelente y graciosa tierra, y harto digna de ser poblada, y más propincua y frontera de las minas de Cibao, por lo cual, cierto, más merecía gracias que serle a mal poblar imputado, sino que, según le desfavorecían, los que podían hacerle daño, de todo cuanto podían echaban mano.

Escribió también a los Reyes en la angustia en que quedaba con el levantamiento y rebelión de Francisco Roldán, y en los tratos en que por atraerlo a obediencia y servicio de Sus Altezas andaba. Escribió más a los Reyes que porque decía Francisco Roldán que no tenía necesidad de perdón, porque no tenía culpa, y que el Almirante era hermano del Adelantado, era juez sospechoso, que trabajaba de concertar con él que fuese a Castilla, y que sus Altezas fuesen los jueces; y que cuanto a la pesquisa e información sobre esto, para enviar a Sus Altezas, para que se hiciese con menos duda y sospecha, estuviesen a hacerla presentes Alonso Sánchez de Carvajal, con quien tenía pláticas, y el alcaide Miguel Ballester, y esta pesquisa fuese a Castilla, y Roldán y sus compañeros enviasen un mensajero a la corte, y en tanto que volviese respuesta de los Reyes, se viniesen a servir como de antes solían, y si esto no querían, que se fuesen a la isla de San Juan, que estaba cerca de aquí, porque no anduviesen destruyendo esta isla, como robando de contino la tenían destruida. Dice más, que si estos alzados no venían en concierto para que cesasen tantos males, que había de trabajar de poner diligencia para los destruir. Yo sospecho que esta cláusula o palabra dio más priesa a los Reyes para enviar muy más presto a quitalle el cargo, creyendo que como le habían acusado de riguroso y cruel en la ejecución de la justicia, que si él pudiese había de hacer grandes estragos en aquellos rebeldes.

Dice asimismo en una de sus cartas a los Reyes así: «Siempre temí del enemigo de nuestra santa fe en esto, porque se ha puesto a desbaratar este tan grande negocio con toda su fuerza. Él fue tan contrario en todo, antes que se descubriese, que todos los que entendían en ello lo tenían por burla; después, la gente que vino conmigo acá, que del negocio y de mí dijeron mil testimonios y agora se trabajó allá que hobiese tanta dilación e impedimentos a mi despacho y poner tanta cizaña a que Vuestras Altezas hobiesen de temer la costa35, la cual podía ser ya tan poca o nada, como será, si place a Aquél que lo dio y que es superior dél y de todo el mundo, y el cual le sacará al fin por qué hizo el comienzo, y del cual se ve tan manifiesto que le sostiene y aumenta; que es cierto, si se mirasen las cosas que acá han pasado, se podrían decir como y tanto como del pueblo de Israel». Quiere decir, que así como los hijos y pueblos de Israel eran incrédulos contra Moisén y Aarón, así todos los que dudaron y creyeron ser burla y de poco fruto el descubrimiento destas Indias y desta negociación. Y añide más: «Podría yo todo replicallo, mas creo que no hace mengua, porque hartas veces lo he escrito bien largo, como agora, de la tierra que nuevamente dio Dios este viaje a Vuestras Altezas, la cual se debe creer que es infinita, de la cual y désta deben tomar grande alegría y darle infinitas gracias, y aborrecer quien diz que no gasten en ello, porque no son amigos de la honra de su alto estado; porque allende de las tantas ánimas que se pueden esperar que se salvarán, de que son Vuestras Altezas causa, y que es el principal del caudal desto (y quiero fablar a la vanagloria del mundo, la cual se debe de tener en nada, pues que la aborrece Dios poderoso), y digo que me responda quien leyó las historias de griegos y de romanos, si con tan poca costa ensancharon su señorío tan grandemente, como agora hizo Vuestra Alteza aquél de la España con las Indias. Esta sola isla, que boja36 más de sietecientas leguas; Jamaica, con otras sietecientas leguas, y tanta parte de la tierra firme de los antiguos muy conocida y no ignota, como quieren decir los envidiosos o ignorantes, y después desto, otras islas muchas y grandes de aquí hacia Castilla, y agora ésta, que es de tanta excelencia, de la cual creo que se haya de fablar entre todos los cristianos por maravilla, con alegría. ¿Quién dirá, seyendo hombre de seso, que fue mal gastado y que mal se gasta lo que en ello se despende? ¿Qué memoria mayor en el espiritual y temporal quedó ni pueda más quedar de príncipes? Yo soy atónito y pierdo el seso cuando oigo y veo que esto no se considera, y que nadie diga que Vuestras Altezas deban hacer caudal de plata o de oro o de otra cosa valiosa, salvo de proseguir tan alta y noble empresa, de que habrá Nuestro Señor tanto servicio, y los sucesores de Vuestras Altezas y sus pueblos tanto gozo. Mírenlo bien Vuestras Altezas, que, a mi juicio, más le relieva (“relieva” dice por “importa”) que hacían las cosas de Francia ni de Italia». Estas todas son sus palabras, y en verdad dignas de mucha consideración, porque llenas son de prudencia y de verdad y testigos de pecho harto virtuoso y de muy recta intinción; y hiciera grandes cosas y fruto inestimable en esta tierra, si no ignorara que estas gentes no le debían nada a él ni a otra persona del mundo sólo porque las descubrió, aunque casi atinaba y confesaba el fin de haber podido jurídicamente volver acá, que no era otro sino el bien destas gentes, salud y conversión. Y finalmente ayudó a que él errase los disfavores que tenía de muchos, por zaherir los gastos que los Reyes hacían y por excusarlos o recompensarlos.

Capítulo CLV

El cual trata del principio o principios de donde hobo su origen y procedió el repartimiento de los indios que llamaron después encomiendas, que han destruido estas Indias. Donde se prueba que nunca los indios jamás se dieron para que los españoles los enseñasen, sino para que se sirviesen dellos y aprovechasen.

Dice allende lo susodicho, que ha de trabajar de tornar a asentar la gente desta isla, en que tornen a la obediencia y que paguen los tributos que solían pagar, y que Dios perdone a los que en la corte y en Sevilla fueron causa de tardar él tanto en se despachar, porque si él viniera con tiempo, como pudiera venir dentro de un año y mucho antes, ni se alzaran los indios, ni dejaran de pagar sus tributos como los pagaban, «porque siempre yo dije (dice él), que era necesario de andar sobre ellos tres o cuatro años, hasta que lo tuvieran bien en uso, porque se debía de creer que se les haría fuerte». Mira qué duda, digo yo, y añido, que aunque acá se hallara antes, no dejara de haber los inconvenientes que hobo y quizá mayores, porque tenía Dios determinado de lo afligir y quitalle el cargo, pues con tanta opresión y jactura destas gentes, que no le debían nada, dél usaba. Donde también añide, haciendo relación de que esta isla se iba en los mantenimientos mejorando, porque los ganados iban creciendo y los españoles haciéndose al pan de la tierra37, que lo querían más que al de trigo, dice que agora tenían vida muy descansada, según la pasada, porque ellos no trabajaban ni hacían cosa, sino que los indios lo trabajaban y hacían todo, casas y pozos, y cuanta hacienda era necesaria, y que no había necesidad de otra cosa, sino de gente que los tuviese sujetos, «porque si ellos viesen que éramos pocos, dice él, alzarían la obediencia, y ellos nos siembran el pan y los ajes y todo otro mantenimiento suyo, y el Adelantado tiene aquí más de ochenta mil matas de yuca, de que hacen el pan, plantadas». Estas son palabras del Almirante. Dijo que hacían pozos, porque como estaba junto a la mar este pueblo, de la otra, como agora está desta banda38, no tenían agua dulce de río, sino salada, y por eso hacían pozos, no para beber, porque es algo salobre o gruesa, sino para servicio de casa; para beber tenían una fuente, de que también hoy bebemos los que no tenemos aljibes, que es buena agua.

Es aquí de notar que éstos fueron los principios de donde nació poco a poco el repartimiento que agora llaman encomiendas, y por consiguiente, la total perdición de todas estas tan infinitas naciones; porque como se enseñaron los españoles, aun los labradores y que venían asoldados para cavar y labrar la tierra y sacar el oro de las minas (como arriba queda dicho), a haraganear y andar el lomo enhiesto, comiendo de los sudores de los indios, usurpando cada uno por fuerza tres y cuatro y diez que le sirviesen, por la mansedumbre de los indios que no podían ni sabían resistir, y según dice el Almirante en una destas cartas, Francisco Roldán y su gente alzada traían más de quinientos indios, y cuando se mudaba de una parte a otra, serían más de mil para llevarles las cargas; y los que estaban con el Adelantado, y después de venido el Almirante, hacían lo mismo por aquella semejanza; y por que no se les pasasen a Roldán, todo esto y mucho más y otras cosas peores, como eran violencias y matanzas e infinitos desafueros, disimulaban y no les osaban ir a la mano. Después, cuando Roldán se redujo a la obediencia del Almirante, como quedaban del holgar y de la libertad que traían y de ser servidos de los indios y mandarles mal vezados, comenzó Roldán a pedir al Almirante que tuviese por bien de que el rey Behechio (que, andando alzado el Roldán, lo tenía por sus tiranías amedrentado y hacía lo que quería dél con su gente) tuviese cargo de le hacer sus labranzas como abajo, placiendo a Dios, se verá. Ni poco ni mucho, como dicen, sino el rey Behechio, siendo de los mayores reyes y señores de toda esta isla y la corte de toda ella, como arriba en el capítulo 114 se dijo, lo cual el Almirante no le pudo negar, porque todo estaba reciente y vedriado y en peligro; al menos duraba el temor, y no sin causa, que no hobiese otra rebelión.

Y también hobo principio esta iniquidad de aplicar el Almirante o el Adelantado, como se dijo arriba, ciertos caciques y señores que tuviesen cargo de hacer las labranzas y mantenimientos a las fortalezas y a los pueblos de los españoles, como parece en las ochenta mil matas o montones que arriba dijo el Almirante que había hecho plantar el Adelantado aquí, cerca de Santo Domingo. Y tenía cargo deste servicio creo que un gran cacique y señor, cuya tierra y señorío era cinco o seis leguas de aquí, la costa arriba hacia el Oriente, y llamábase Agueibana; y otros hacían que tuviesen cargo de enviar gente a las minas; así que después de cesada la rebelión, mayormente cuando se comenzaron a avecindar y hacer pueblos, cada uno de ambas partes, así los que habían seguido a Roldán, como los que permanecido en la obediencia del Almirante, aunque fuese un gañán, y de los desorejados39 y homicianos, que por sus delitos se habían desterrado de Castilla para acá, pedían que le diesen tal señor y cacique con su gente para que le labrase sus haciendas y ayudase a granjear; y por le agradar y tenello contento y seguro el Almirante, y porque asentase en la tierra sin sueldo del rey (lo que él mucho deseaba y trabajaba), se lo concedía liberalmente, y a este fin enderezaba lo que en estas cartas de agora, con los cinco navíos, escribía a los Reyes, que les suplicaba tuviesen por bien de que la gente que acá estaba se aprovechase un año o dos, hasta que este negocio de las Indias se levantase, porque ya se enderezaba; y cerca desto dice así: «Suplico a Vuestras Altezas tengan por bien que esta gente se aproveche agora un año o dos, fasta que este negocio sea en pie, que ya se endereza, que ven agora que esta gente de la mar y casi toda la de la tierra están contentos, y salieron agora dos o tres maestres de navíos que pusieron a la puerta cédulas para quien se quería obligar a les dar mil y quinientos maravedís en Sevilla, que les llevarían allí tantos esclavos y les farían la costa y la paga sería de los dineros que dellos se sacasen. Plugo mucho a la gente toda, y yo lo acepté por todos y les protesto de les dar la carga, y así vernán y traerán bastimentos y cosas que son acá necesarias, y se aviará este negocio, el cual agora está muy perdido, porque la gente no sirve, ni los indios pagan tributo con esto que pasó y mi absencia, ni el Adelantado pudo más hacer, porque no tenía a nadie consigo que no fuese en tal guisa que no se podía fiar, que todos se congojaban y maldecían, diciendo que eran cinco años que estaban acá y que no tenían para una camisa. Agora les he ensanchado la voluntad y les parece que lleva razón lo que les digo, que serán pagados presto y podrán llevar su paga adelante». Estas son sus palabras. Y en otra cláusula da por nuevas buenas a los Reyes, que ya todos los españoles no querían estar por sueldo del rey, sino avecindarse, y porque lo hiciesen les ayudaba en cuanto podía a costa de los desventurados indios. Así que por lo dicho parece que el aprovecharse la gente que acá estaba, española, era darles esclavos para que enviasen a Castilla a vender, los cuales les llevaban los maestres a mil y quinientos maravedís y que les darían de comer; y negra comida sería la que ellos les darían, pues lo es siempre la que suelen dar a los pasajeros de su misma nación.

Ítem, el aprovechamiento también era dar reyes y señores con sus gentes a los desorejados y desterrados (por ser dignos de muerte por sus pecados) que, sacada la crisma y ser batizados, eran muy mejores que no ellos, para que les sirviesen haciendo sus labranzas y haciendas, y en todo cuanto ellos querían y decían que habían menester; y concedida licencia que tal cacique o señor a este fulano le hiciese tantas labranzas, porque no se le daban para más, ellos se apoderaban y señoreaban tanto dellos, que a cabo de un mes eran ellos los caciques y los reyes, y temblaban los mismos señores delante dellos. De aquí también usurpaban enviarlos a las minas que les sacasen oro, y en todos los otros servicios de que juzgaban poder cebar sus codicias y ambiciones. De las vejaciones y aperreamientos y maltratos en todo género de rigor y austeridad no quiero aquí decir más de lo que abajo se dirá. Finalmente, todo el interese y utilidad temporal de los españoles ponía en la sangre y sudores, y al cabo en perdición y muerte desta gente desmamparada, y aunque, según parece, la intinción del Almirante debía ser darles licencia para que les hiciesen las labranzas por algún tiempo y no para más, pues dice a los Reyes que tengan por bien que sean aprovechados un año o dos, en tanto que la negociación estaba en pie o se levantaba; pero como al Almirante luego quitaron el cargo y gobernación y sucedió otro, como parecerá, ellos se encarnizaron y apoderaron tanto de aquella licencia y posesión tiránica, que los sucesores en esta gobernación, no de quitalla ni limitalla, antes amplialla y confirmalla y estragalla más de lo que estaba y hacella universal estudiaron.

Y así parece claro de dónde y cuándo tuvo su origen y principio, y cuán sin pensallo aquesta pestilencia vastativa de tan gran parte del linaje humano, que tanta inmensidad de gentes ha extirpado; el dicho repartimiento y encomiendas, digo, en el cual se encierran, y para sustentarlo se han cometido todos los males, como claramente parecerá abajo.

También consta de lo arriba relatado, que nunca se dieron los indios a los españoles para que los enseñasen, sino para que se sirviesen dellos y de sus sudores y angustias y trabajos se aprovechasen; porque manifiesto es que, pues el Almirante decía a los Reyes que enviasen devotos religiosos, más para reformar la fe en los cristianos que para a los indios darla, que conocía el Almirante no ser los tan pecadores cristianos para doctrinar y dar la fe a los indios capaces; luego no se los daba sino para que adquiriesen con ellos las riquezas por que rabiaban. Lo mismo hicieron los siguientes gobernadores, los cuales no ignoraban la vida que acá siempre hicieron los españoles y sus vicios públicos y malos ejemplos, que siempre fueron de hombres bestiales; y si cuando se los daban les decían que con cargo que en las cosas de la fe los enseñasen, no era otra cosa sino hacer de la misma fe y religión cristiana sacrílego y inexpiable escarnio; y merecieran los mismos gobernadores que los hicieran, no cuatro sino catorce cuartos40. Todo esto, placiendo a Dios, se conocerá mucho mejor en el libro II y más abajo.

[...]

Capítulo CLXIV

Vista queda, porque largamente declarada, la industriosa cautela, no en la haz41 ni, según creo, con facilidad pensada, sino por algún día rumiada de Américo Vespucio, para que se le atribuyese haber descubierto la mayor parte deste indiano mundo, habiendo concedido Dios este privilegio al Almirante. De aquí conviene proseguir la historia de lo que acaesció a Alonso de Hojeda, con quien iba el Américo en su primer viaje.

Partió, pues, con cuatro navíos, por el mes de mayo, del puerto de Cáliz, Alonso de Hojeda y Juan de la Cosa por piloto ya experimentado por los viajes que había ido con el Almirante, y otros pilotos y personas que también [se] habían hallado en los dichos viajes, y también Américo, el cual, como arriba queda dicho en el capítulo 139, o fue como mercader o como sabio en las cosas de la cosmografía y de la mar. Partieron, digo, por mayo, según dice Américo, pero no como él dice año de 1497, sino el año de noventa y nueve, como asaz queda averiguado. Su camino enderezaron hacia el Poniente, primero desde las islas Canarias, después la vía del Austro. En veintisiete días llegaron (según dice el mismo Américo) a vista de tierra, la cual juzgaron ser firme, y no estuvieron en ello engañados. Llegados a la más propincua tierra, echaron anclas obra de una legua de la ribera, por miedo de no dar en algún bajo. Echaron las barcas fuera y aparéjanse de sus armas; llegan a la ribera, ven infinito número de gente desnuda; ellos reciben inestimable gozo. Los indios páranselos a mirar como pasmados; pónense luego en huida al más propincuo monte; los cristianos, con señales de paz y amistad, los halagaban, pero ellos no curaban de creellos, y porque habían echado las anclas en la playa y no en puerto, temiendo no padeciesen peligro si viniese algún recio tiempo, alzaron y vanse la costa abajo a buscar puerto, viendo toda la ribera llena de gente, y a cabo de dos días lo hallaron bueno. Surgieron media legua de tierra; pareció infinita multitud de gentes que venían a ver cosa tan nueva. Saltaron en tierra cuarenta hombres bien aparejados, llamaron las gentes como con señuelos, mostrándoles cascabeles y espejuelos y otras cosas de Castilla; ellos, siempre temiendo no fuesen cebo de anzuelo o carne de buitrera, no los creían, pero al cabo, algunos de los indios que se atrevieron, llegáronse a los cristianos y las cosillas que les daban recibieron. Sobrevino la noche, volviéronse a las naos y los indios a sus pueblos, y en esclareciendo, estaba la playa llena de gente, hombres y mujeres con sus niños en los brazos, como unas ovejas y corderos, que era grande alegría vellos. Saltan los cristianos en sus barcas para salir en tierra, échanse los indios al agua nadando, vienen a recibillos un gran tiro de ballesta. Llegados a tierra, de tal manera los recibieron y con tanta confianza y seguridad o descuido se juntaban los indios con ellos, como si fueran sus padres los unos de los otros y toda su vida hobieran vivido y conversado entre ellos.

Era esta gente de mediana estatura, bien proporcionados, las caras no muy hermosas por tenellas anchas, la color de la carne que tira a rubia como los pelos del león, de manera que a estar y andar vestidos, serían poco menos blancos que nosotros; pelo alguno no le consienten en todo su cuerpo, sino son los cabellos, porque lo tienen por cosa bestial; ligerísimos hombres y mujeres, grandes nadadores y más las mujeres que los hombres, más que puede ser encarecido, porque nadan dos leguas sin descansar. Entendieron los nuestros ser muy guerreros; sus armas son arcos y flechas muy agudas, las puntas de huesos de peces, y tiran muy al cierto; llevaban a sus mujeres a la guerra, no para pelear, sino para llevarles las comidas y lo que más suelen consigo llevar. No tienen reyes, ni señores, ni capitanes en las guerras, sino unos a otros se llaman y convocan y exhortan cuando han de pelear contra sus enemigos; la causa de sus guerras entendieron ser contra los de otra lengua, si les mataron algún pariente y amigo, y el querelloso, que es el más antiguo pariente, en las plazas llama y convoca a los vecinos que le ayuden contra los que tienen por enemigos. No guardan hora ni regla en el comer, sino todas las veces que lo han gana, y esto es porque cada vez comen poco, y siéntanse en el suelo a comer; la comida, carne o pescado, pónenla en ciertas escudillas de barro que hacen, o en medias calabazas. Duermen en hamacas hechas de algodón, de las que arriba, hablando desta isla, dijimos. Son honestísimos en la conversación de las mujeres, como dijimos de los desta isla, que ninguna persona del mundo lo ha de sentir; y cuanto en aquello son honestos, usan de gran deshonestidad en el orinar ellos y ellas, porque no se apartan, sino en presencia de todos; y lo mismo no se curan de hacer el estruendo del vientre. No tenían orden ni ley en los matrimonios; tomaban ellos cuantas querían y ellas también, y dejábanse cuando les placía, sin que a ninguno se haga injuria ni la reciba del otro. No eran celosos ellos ni ellas, sino todos vivían a su placer, sin recibir enojo del otro. Multiplicábanse mucho, y las mujeres preñadas no por eso dejan de trabajar; cuando paren tienen muy chicos y cuasi insensibles dolores. Si hoy paren, mañana se levantan tan sin pena, como si no parieran; en pariendo, vanse luego al río a lavar y luego se hallan limpias y sanas. Si se enojan de sus maridos, fácilmente con ciertas hierbas o zumos abortan, echando muertas las criaturas; y aunque andan desnudas todo el cuerpo, lo que es vergonzoso de tal manera lo tienen cubierto con hojas o con tela o con cierto trapillo de algodón, que no se parece. Y los hombres y las mujeres no se mueven más porque todo lo secreto y vergonzoso se vea o ande descubierto, que nosotros nos movemos viendo los rostros o manos de los hombres. Son limpísimos en todos sus cuerpos ellos y ellas, por lavarse muchas veces.

Religión alguna no les vieron que tuviesen, ni templos o casas de oración. Las casas en que moraban eran comunes a todos, y tan capaces, que cabían y vieron en ellas seiscientas personas, y ocho dellas en que cupieran diez mil ánimas. Eran de madera fortísima, aunque cubiertas de hojas de palmas; la hechura como a manera de campana. De ocho en ocho años dicen que se mudaban de unos lugares a otros, porque con el calor del sol excesivo se inficionaban los aires y causábanles grandes enfermedades. Todas sus riquezas eran plumas de aves de colores diversas, y unas cuentas hechas de huesos de peces y de unas piedras verdes y blancas, las cuales se ponían en las orejas y labrios; el oro y perlas y otras cosas ricas, ni las buscan ni las quieren, antes las desechan como cosa que tienen en poco. Ningún trato y compra ni venta ni conmutaciones usan, sino sólo aquellas cosas que para sus necesidades naturales les produce y ministra la naturaleza; cuanto tienen y poseen dan liberalísimamente a cualquiera que se lo pide; y así como en el dar son muy liberales, de aquella manera en pedir y recibir de los que tienen por amigos son cupidísimos. Por señal de gran amistad tienen entre sí comunicar sus mujeres e hijas con sus amigos y huéspedes. El padre y la madre tienen por gran honra que cualquiera tenga por bien de llevarles su hija, aunque sea virgen, y tenella por amiga, y esto estiman por confirmación del amistad entre sí.

Diversas maneras de enterrar los difuntos entre sí tienen; unos los entierran con agua en las sepolturas, poniéndoles a la cabecera mucha comida, creyendo que para el camino de la otra vida o en ella de aquello se mantengan. Lloro ninguno ni sentimiento hacen por los que se mueren. Otros tienen aqueste uso: que cuando les parece que el enfermo está cercano a la muerte, sus parientes más cercanos lo llevan en una hamaca al monte, y allí, colgada la hamaca de dos árboles, un día entero les hacen muchos bailes y cantos, y viniendo la noche, pónenle a la cabecera agua y de comer cuanto le podrá bastar para tres o cuatro días, y dejándolo allí, vanse y nunca más lo vesitan. Si el enfermo come y bebe de aquello y al cabo convalece y se vuelve a su casa, con grandes alegrías y cerimonias lo reciben; pero pocos deben ser los que escapan, pues nadie, después de puestos allí, los ayuda y visita. En el curar los enfermos se han desta manera: que cuando están con el mayor calor de calentura, métenlo en agua muy fría, y allí lo bañan; después pónenlo al fuego, que hacen grande, por dos horas buenas, hasta que esté bien caliente; de aquí hácenle, aunque le pese, dar grandes carreras en ida y venida; después échanlo a dormir. Con esta medicina y modo de curar muchos escapan y sanan. Usan mucho de dieta, porque se están tres y cuatro días sin comer ni beber. Sángranse muchas veces, no de los brazos, sino de los lomos y de las pantorrillas. También acostumbran gómitos con ciertas hierbas que traen en la boca.

Abundan en mucha sangre y flemático humor, por ser su comida de raíces y hierbas y cosas terrestres y de pescado. Hacen el pan de las raíces que en esta Española llamaban yuca; grano dijeron que no tenían; carne pocas veces comían, si no era la humana, lo cual mucho tenían en uso, y ésta era la de sus enemigos, los cuales se maravillaban de que los cristianos la de sus enemigos no comiesen.

Hallaron en esta tierra poca señal de oro, aunque alguna, ni de otra cosa que fuese de valor; echábanlo42 a que no entendían la lengua, mayormente, que hallaban diversas lenguas en una provincia. Del sitio y disposición y hermosura de la tierra dicen que no puede ser mejor.

Todas estas cosas cuenta Américo en su primera navegación, muchas de las cuales no era posible en dos y en tres, ni en diez días que podían estar o estaban entre los indios (no entendiéndoles palabra una ni ninguna, como él aquí confiesa), sabellas, como es aquella de que en ocho años se mudaban de tierra en tierra por el ardor del sol, y que cuando se enojaban de sus maridos, movían las criaturas las mujeres, y que no tenían ley ni orden en los matrimonios, y ni rey, ni señor, ni capitán en las guerras, y otras semejantes. Y por esto, sólo aquello que por los ojos vían y podían ver, como era lo que comían y bebían, y que andaban desnudos y eran de color tal y grandes nadadores y otros actos exteriores, lo que podemos creer; lo demás parece todo ficciones.

Libro II

Capítulo III

En este tiempo y año de 500, por las grandes quejas que el Almirante a los Reyes daba de los agravios que decía haber recebido del comendador Bobadilla, pidiendo justicia, y cosas que, para imputarle culpas, delante los Reyes alegaba, y por otras razones que a los Reyes movieron, determinaron Sus Altezas de proveer y enviar nuevo gobernador a esta isla Española; y, por consiguiente, lo era entonces, gobernándola, de todas las Indias, porque hasta entonces, y después algunos años, ninguno había otro en isla ni tierra firme ni parte otra de todas ellas.

Este fue don fray Nicolás de Ovando, de la orden de Alcántara, que a la sazón era comendador de Lares; después, algunos años, vacó en Castilla la encomienda mayor de Alcántara, estando él acá gobernando, y le hicieron merced los Reyes de la dicha encomienda mayor, enviándole acá su título, y dende adelante le llamamos el Comendador Mayor, como de antes comendador de Lares. Este caballero era varón prudentísimo y digno de gobernar mucha gente, pero no indios, porque con su gobernación inestimables daños, como abajo parecerá, les hizo. Era mediano de cuerpo y la barba muy rubia o bermeja; tenía y mostraba grande autoridad; amigo de justicia; era honestísimo en su persona, en obras y palabras; de cudicia y avaricia muy grande enemigo, y no pareció faltarle humildad, que es esmalte de las virtudes; y, dejado que lo mostraba en todos su actos exteriores, en el regimiento de su casa, en su comer y vestir, hablas familiares y públicas, guardando siempre su gravedad y autoridad, mostrolo asimismo en que después que le trajeron la encomienda mayor, nunca jamás consintió que le dijese alguno Señoría. Todas estas partes de virtud y virtudes sin duda ninguna en él conocimos.

Este tal varón, pues, los Reyes Católicos acordaron enviar y enviaron por gobernador a esta isla e Indias, con largas provisiones e instrucciones para todo lo que había de hacer, señalándole dos años que durase su gobernación. Diéronle poder para que tomase residencia al comendador fray Francisco de Bobadilla, y examinase las causas del levantamiento de Francisco Roldán y sus secuaces y los delitos que habían hecho; ítem, las culpas de que era notado el Almirante y la causa de su prisión, y que todo a la corte lo enviase. Entre otras cláusulas de sus instrucciones fue una muy principal y muy encargada y mandada, conviene a saber: que todos los indios vecinos y moradores desta isla fuesen libres y no sujetos a servidumbre, ni molestados ni agraviados de alguno, sino que viviesen como vasallos libres, gobernados y conservados en justicia, como lo eran los vasallos de los reinos de Castilla, y mandándole asimismo que diese orden cómo en nuestra santa fe católica fuesen instruidos. Y cerca deste cuidado, del buen tratamiento y conversión destas gentes, siempre fue la bienaventurada reina muy solícita.

Trujo consigo por alcalde mayor un caballero de Salamanca y licenciado, llamado Alonso Maldonado, persona muy honrada, prudente y amigo de hacer justicia y humano. Despacharon este gobernador los Reyes de la ciudad de Granada, donde la corte a la sazón estaba. Hízose una flota de treinta y dos naos y navíos, entre chicos y grandes. La gente que se embarcó llegaron a dos mil y quinientos hombres; muchos entre ellos, y los más, eran personas nobles, caballeros y principales. Vino Antonio de Torres, hermano del ama del príncipe don Juan, de quien arriba hemos hablado, por capitán general, el cual había de venir e ir siempre por capitán de todas las flotas. Vinieron con él doce frailes de San Francisco, personas religiosas, y trujeron un perlado43 llamado fray Alonso del Espinal, varón religioso y persona venerable, y entonces vino acá la orden de San Francisco para poblar de propósito. Partió de San Lúcar a 13 días de hebrero, primer domingo de Cuaresma, entrante año de 1502. Desde a ocho días, que fue domingo segundo de Cuaresma, ya que quedaba poca mar de andar para llegar a las islas de Canaria, comenzó a venir un vendaval, que es viento Austro o del Austro colateral, tan recio y desaforado, que causó tan grande tormenta en la mar, que ninguno de todos treinta y dos navíos pensó escapar. Perdiose allí entonces una nao grande con ciento y veinte pasajeros, sin los marineros, según creo llamada la Rábida. Todos los treinta y un navíos se desparcieron, sin parar uno con otro, alijando, que es echando a la mar toda cuanta ropa, vino y agua llevaban encima de cubierta, por escapar las vidas. Y unos fueron a Berbería y Cabo de Aguer, que es tierra de moros vecina de las Canarias, otros a una isla dellas: Tenerife, Lanzarote, La Gomera y Gran Canaria, cada uno donde mejor guiarse pudo.

Y porque acaeció salir de Canaria dos carabelas cargadas de azúcar y otras cosas y perderse, y la misma tormenta echó toda la cajería y maderas y pipas dellas y de la nao Rábida a la costa o ribera de Cáliz y a los otros marítimos lugares, todos creyeron que toda la flota era ya perdida y sumida en el agua, según la fuerza del viento y braveza de la mar. Van las nuevas luego a los Reyes, a Granada; fue inestimable el dolor que en oíllo recibieron y pesar; supimos que habían estado ocho días retraídos, sin que hombre los viese ni hablase.

Finalmente, plugo a Dios que a cabo de grandes peligros y trabajos, escaparon, y se juntaron todos treinta y un navíos en la isla de La Gomera; tomó en Gran Canaria otro navío para gente que de allí quiso acá venir, no me acuerdo por qué otras causas. Allí dividió la flota en dos partes, porque algunos dellos andaban muy poco, y escogió los quince o diez y seis más veleros44 para que fuesen consigo, y los demás llevase Antonio de Torres. Llegó a esta isla y entró en este puerto de Santo Domingo a 15 días de abril; Antonio de Torres, con la otra media flota, después, doce o quince días. Así como el Comendador Mayor, con su media flota, entró por este río y echaron anclas los navíos, la gente española y vecinos desta ciudad, que entonces era villa y estaba de la otra parte del río, allegáronse a la ribera con grande alegría, y viendo los de tierra y conociendo a los que venían, algunos de los cuales habían estado acá, preguntaban éstos por nuevas de la tierra, y aquéllos por nuevas de Castilla y por quien a gobernar venía. Los que venían respondían que buenas nuevas y que los Reyes enviaban por su gobernador destas Indias al comendador de Lares, de la orden de Alcántara, y que quedaba buena Castilla. Los de tierra decían que la isla estaba muy buena, y dando razón de su bondad y regocijo, añidían el por qué, conviene a saber: porque había mucho oro y se había sacado un grano solo que pesaba tantos mil pesos de oro, y porque se habían alzado ciertos indios de cierta provincia, donde cativarían muchos esclavos. Yo lo oí por mis oídos mismos, por que yo vine aquel viaje con el comendador de Lares a esta isla, por manera que daban por buenas nuevas y materia de alegría estar indios alzados, para poderles hacer guerra, y por consiguiente, cativar indios para los enviar a vender a Castilla por esclavos.

Abajo se dirá, placiendo a Dios, por qué se alzaron, y la guerra que desde a pocos días que llegamos se les hizo. El grano que dije de que dieron nueva, fue cosa monstruosa en naturaleza, porque nunca otra joya tal que la naturaleza sola formase vieron los vivos. Pesaba treinta y cinco libras, que valían tres mil y seiscientos pesos de oro; cada peso era o tenía de valor cuatrocientos y cincuenta maravedís; era tan grande como una hogaza de Alcalá que hay en Sevilla, y de aquella hechura, que pesa tres libras, y yo lo vide bien visto. Juzgaban que ternía de piedra, mezclada y abrazada con el oro (la cual, sin duda, había de ser por tiempo en oro convertida), los seiscientos pesos, y porque la piedra que está entrejerida y abrazada con el oro en los granos que se hallan son como manchezuelas menudas, cuasi todo el grano parece oro, aunque haya cantidad de piedra. Ésta, cierto, era hermosísima pieza. Hallola una india, desta manera, conviene a saber: había dado el comendador Bobadilla, gobernador, tan larga licencia a los españoles que se aprovechasen de los indios y echasen a las minas cada dos compañeros sus cuadrillas de quince y veinte y treinta y cuarenta indios, hombres y mujeres; Francisco de Garay y Miguel Díaz (de quien algo se ha tocado, y abajo se dirá más, si a Dios pluguiere), eran compañeros, y traían su cuadrilla o cuadrillas en las minas que dejimos Nuevas, porque se descubrieron después de las primeras, que llamaron por esto Viejas, de la otra parte del río Haina, cuasi frontero, ocho leguas o nueve, desta ciudad de Santo Domingo. Una mañana, estando la gente almorzando, estaba una india de la misma cuadrilla sentada en un arroyo, comiendo y descuidada, pensando quizá en sus trabajos, cativerio y miseria, y daba con una vara o quizá una barreta o almocafre o otra herramienta de hierro en la tierra, no mirando lo que hacía, y con los golpes que dio, comenzose a descubrir el grano de oro que decimos; la cual, bajando los ojos, vido un poquito dél relucir; y visto, de propósito descubre más, y así descubierto todo, llama al minero español, que era el verdugo que no los dejaba resollar, y dícele: «Ocama guaxeri guariquen caona yari». Ocama, dice oyes; guaxeri, señor; guariquen, mira, o ven a ver; yari, el joyel o piedra de oro; caona llamaban al oro. Vino el minero, y con los vecinos hacen grandes alegrías, quedando todos como fuera de sí en ver joya tan nueva y admirable y tan rica. Hicieron fiesta, y asando un lechón o cochino, lo cortaron y comieron en él, loándose que comieron en plato de oro muy fino, que nunca otro tal lo tuvo algún rey. El gobernador lo tomó para el rey, dando lo que pesaba y valía a los dos compañeros, Francisco de Garay y Miguel Díaz. Pero sin pecado podemos presumir que a la triste india que lo descubrió, por el hallazgo no se le dieron de grana45 ni de seda faldillas; ¡y ojalá le hayan dado un solo bocado del cochino!

[...]

Capítulo V

Concluido todo lo que convenía para su despacho, y sus navíos bien abastecidos y aparejados, hízose a la vela el Almirante con sus cuatro navíos, a 9 días del mes de mayo de 1502 años. Y porque supo el Almirante que habían los moros cercado y en gran estrecho puesto la villa y fortaleza de Arcila, en allende46, que tenían los portogueses, acordó de ir a socorrella, porque viendo los moros cuatro navíos de armada, podían creen que iba socorro de propósito para les hacer mal y así alzar el cerco; el cual llegó desde a dos o tres días, y halló que ya eran descercados. Envió el Almirante al Adelantado, su hermano, y a los capitanes de los navíos con él, que fuesen a visitar en tierra de su parte al capitán de Arcila, que estaba herido de los moros, y a ofrecerle todo lo que él podía de su armada. El capitán le tuvo en mucha merced la visita y ofrecimiento, y envió a visitalle y dalle las gracias, con algunos caballeros que con él estaban, algunos de los cuales eran deudos de doña Felipa Moñiz, mujer que fue del Almirante, en Portogal, como en el primer libro dijimos.

Hízose aquel mismo día a la vela, y llegaron a la Gran Canaria en 20 del mismo mes de mayo. Tomaron agua y leña y, creo que a 25, alzaron las velas para su viaje. Tuvieron muy próspero tiempo, de manera que sin tocar en las velas, vieron la isla que llamamos y se llama por los indios Matininó (la última luenga) en 15 días de junio. Allí dejo el Almirante saltar en tierra la gente, para que se refrescasen y holgasen y lavasen sus paños y cogiesen agua y leña a su placer, todo lo que desean en largas navegaciones los mareantes. Estuvieron allí tres días, y de allí partieron, yendo por entre muchas islas, harto frescas y señaladas, como quien va por entre vergeles, aunque están unas de otras cinco y seis y diez y doce leguas desviadas. Y porque llevaba uno de los cuatro navíos muy espacioso47, así porque era mal velero, que no tenía con los otros, como porque le faltaba costado para sostener velas, que con un vaivén, por liviano que fuera, metía el bordo debajo del agua, tuvo necesidad de llegar a Santo Domingo a trocar aquél con alguno de los de la flota que había llevado el Comendador Mayor o comprar otro. Llegó a este puerto de Santo Domingo a 29 de junio, y estando cerca, envió en una barca del un navío al capitán dél, llamado Pedro de Terreros, que había sido su maestresala, a que dijese al comendador de Lares la necesidad que traía de dejar aquel navío, que tuviese por bien que entrase con sus navíos en el puerto, y no sólo por cambiar o comprar otro, pero por guarecerse de una gran tormenta, que tenía por cierto que había presto de venir. El gobernador no quiso dalle lugar para que en este río y puerto entrase, y creo yo que así lo había traído por mandado de los Reyes, porque en la verdad, estando aún allí el comendador Bobadilla, de quien tantas quejas él tenía, y Francisco Roldán y los que con él se le alzaron y que tanto mal habían dicho y escrito a los Reyes dél y otras razones que se podían considerar y de donde pudieran nacer algunos graves escándalos; y los Reyes proveyeron en ello prudentísimamente, no dándole licencia para que aquí entrase, y mandando también al comendador y gobernador que no lo admitiese; y, que no se lo mandaran los Reyes48, no admitiéndolo, él lo hiciera como prudente.

Finalmente, viendo que no le dejaban entrar, y sabiendo cómo la flota de las treinta y dos naos, en que había venido el comendador de Lares, estaba para se partir, enviole a decir que no la dejase salir por aquellos ocho días, porque tuviese por cierto que había de haber una grandísima tormenta, de la cual huyendo, él se iba a meter en el primer puerto que más cerca hallase. Fuese a meter en el puerto que llaman Puerto Hermoso, dieciséis leguas desde el de Santo Domingo, hacia el Poniente. El comendador de Lares no curó de creerlo cuanto a no dejar salir la flota, y los marineros y pilotos, desque oyeron que aquello había enviado a decir el Almirante, unos burlaron dello y quizá dél; otros lo tuvieron por adevino; otros, mofando, por profeta, y así no curaron de se detener; pero luego se verá cómo les fue.

Y para esto, es aquí de saber que no es menester ser el hombre profeta ni adevino para saber algunas cosas por venir, que son efectos de causas naturales, sino basta ser los hombres instructos y doctos en filosofía natural o en las cosas que por la mayor parte suelen acaecer tener experiencia. De los primeros son los astrólogos, que dicen, antes muchos días que acaezcan, que ha de haber eclipse, porque teniendo ciencia de los cursos y movimientos de los cuerpos celestiales, que son causas naturales de los eclipses, conocen que, de necesidad, de aquellas causas han de proceder aquellos efectos. Y así de otras muchas cosas naturales, como que ha de haber en aquel año muchas lluvias o sequedad, etc. De los segundos son los marineros y que han navegado muchas veces, por las señales naturales que por la mar en el ponerse o salir el sol de una o de otra color, en la mudanza de los vientos, en el aspecto de la luna, que vieron y experimentaron muchas veces. Y una señal muy eficaz de haber de venir tormenta y que por maravilla yerra, es cuando sobreaguan muchas toninas, que son creo los que llaman por otro nombre delfines, y los lobos marinos; y ésta es la más averiguada, porque andan por lo hondo buscando su comida, y la tempestad de la mar se causa de cierta conmoción y movimientos que se hace abajo en el profundo de la mar, en las arenas, por los vientos que allá entran, y como aquestas bestias lo sienten, van luego huyendo con gran estruendo de aquellos movimientos arriba a la superficie del agua y a la orilla, y si pudiesen, saldrían a tierra; y así dan cierta señal de que ha de venir tempestad por la causa que della sintieron. Y así, como el Almirante destas causas y efectos y señales, de haberlas visto infinitas veces, tuviese larguísima experiencia, pudo conocer y tener por cierta la tormenta; y haber dicho verdad y tener dello buen conocimiento, pareció luego, desde a no muchas horas, por sus efectos.

Embarcose el comendador Bobadilla y Francisco Roldán, el alzado, con otros de su ralea, que tantos daños y escándalos habían causado y hecho en esta isla; embarcáronse éstos y mucha otra gente en la nao capitana, que era de las mejores de toda la flota, donde iba Antonio de Torres, el hermano del ama del Príncipe, por capitán general. Metieron allí también, preso y con hierros, al rey Guarionex, rey y señor de la grande y real Vega, cuya injusticia que padeció bastaba para que sucediera el mal viaje que les sucedió, sin que otra se buscara, como en el primer libro declaramos, capítulo 121. Metieron en esta nao capitana cien mil castellanos del rey, con el grano que dijimos, grande de tres mil y seiscientos pesos o castellanos, y otros cien mil de los pasajeros que iban en la dicha nao. Estos docientos mil pesos, entonces más eran y más se estimaban, según la penuria que había entonces de dinero en España, que agora se estiman y precian dos millones, y aun en la verdad más se hacía y proveía y sustentaba, en paz o en guerra, en aquellos tiempos con docientos mil castellanos, que agora con todas las millonadas; y así les conviene: «millonadas», porque son cuasi nada.

Así que salió por principio de julio nuestra flota de treinta o treinta y un navíos (aunque algunos dijeron que eran veinte y ocho), entre chicos y grandes; y desde a treinta o cuarenta horas vino tan extraña tempestad y tan brava, que muchos años había que hombres en la mar de España ni en otras mares, tanta ni tal ni tan triste habían experimentado. Perecieron con ella las veinte velas o naos, sin que hombre, chico ni grande, dellas escapase, ni vivo ni muerto se hallase, y toda esta ciudad, que estaba de la otra banda del río, como todas las casas eran de madera y paja, toda cayó en el suelo o della muy gran parte; no parecía sino que todo el ejército de los demonios se habían del infierno soltado. Al principio della, con la gran oscuridad, que llaman los marinos cerrazón, los navíos del Almirante se apartaron los unos de los otros, y cada uno padeció gran peligro, estimando de los otros que sería milagro si escapasen. Finalmente, tornáronse a juntar en el dicho Puerto Hermoso o el de Azúa, que está de aquél cuatro a cinco leguas o quizá alguna más; y así escapó el Almirante y sus navíos, y los de la flota perecieron por no creerle. Allí hobo fin el comendador Bobadilla, que envió en grillos presos al Almirante y a sus hermanos; allí se ahogó Francisco Roldán y otros que fueron sus secuaces, rebelándose, y que a las gentes desta isla tanto vejaron y fatigaron; allí feneció el rey Guarionex, que gravísimos insultos y violencias, daños y agravios había recebido de los que se llamaban cristianos, y, sobre todos, la injusticia que al presente padecía, privado de su reino, mujer e hijos y casa, llevándolo en hierros a España, sin culpa, sin razón y sin legítima causa, que no fue otra cosa sino matallo, mayormente siendo causa que allí se ahogase. Allí se hundió todo aquel número de docientos mil pesos de oro, con aquel monstruoso grano de oro, grande y admirable. Aqueste tan gran juicio de Dios no curemos de escudriñallo, pues en el día final deste mundo nos será bien claro.

En esta flota fue Rodrigo de Bastidas, pero escapose en un navío de los ocho o seis que escaparon, y así erró Gonzalo Hernández de Oviedo, en el capítulo 8 del libro III de su Historia, donde dijo que lo había enviado preso el comendador Bobadilla con el Almirante: yo sé que esto no es verdad.

Capítulo VI

Quédese partido del Puerto Hermoso o del de Azúa o Puerto Escondido, como algunos lo llamaron, con sus cuatro navíos, el Almirante, y vaya enhorabuena su viaje hasta que a él volvamos. Agora tornemos sobre lo que se siguió después que el comendador de Lares fue a esta isla y puerto llegado. Salido a tierra, estábale con toda la gente, vecinos desta ciudad, el comendador Bobadilla en la ribera esperando, y después de los comedimientos acostumbrados, lleváronlo a la fortaleza de tapias que allí había, que no era tal como la de Salsas, donde le habían aposentado; presentó sus provisiones ante Bobadilla y alcaldes y regidores, cabildo de la villa; obedeciéronlas todos y pusiéronlas sobre sus cabezas y cuanto al complimiento hicieron la solemnidad que se suele hacer, tomándole juramento, etc.

Comenzó luego a gobernar prudentemente, y a su tiempo mandó apregonar la residencia del comendador Bobadilla, en la cual era cosa de considerar ver al comendador Bobadilla cuál andaba solo y desfavorecido, yendo y viniendo a la posada del gobernador, y parecer ante su juicio sin que hombre le acompañase de los a quien él había favorecido y dicho: «Aprovecháos, que no sabéis cuánto este tiempo os durará». Y todo este inicuo provecho no se entendía sino del sudor y trabajos de los indios. Y en la verdad, él debía ser, de su condición y naturaleza, hombre llano y humilde; nunca oí dél por aquellos tiempos que cada día en él49 se hablaba, cosa deshonesta ni que supiera a cudicia, antes todos decían bien dél; y puesto que por dar larga licencia que se aprovechasen de los indios los trecientos españoles que en esta isla entonces solos, como se dijo, había, les diese materia de querello bien, todavía, si algo tuviera de los susodichos vicios, después de tomada su residencia, y desta isla ido y muerto, alguna de las muchas veces que hablábamos en él, algún pero o si no dél se dijera.

Hizo también el comendador de Lares las informaciones de las cosas pasadas en esta isla en lo de Francisco Roldán y su compañía, y, según creo (porque no me acuerdo bien dello), preso lo envió, aunque sin prisiones50, a Castilla, para que los Reyes determinasen la justicia de lo que merecía. Pero entremetiose la Divina Providencia de prima instancia, llamándolo más presto para su alto y delgado juicio.

Ya dije arriba, en el primer capítulo deste segundo libro, cómo el comendador Bobadilla ordenó que todos los que quisiesen llevar indios a coger oro a las minas pagasen a los Reyes, de once pesos, uno; pero porque o los Reyes allá lo sintieran mucho, como se hobiese hecho sin su poder y comisión, y por eso mandaron al comendador de Lares que hiciese lo que luego diré, o porque a él acá le pareció que debía hacerlo así, mandó que todos los que habían cogido de las minas oro, no embargante que hobiesen pagado el onceno, pagasen el tercio sin aquello51. Y porque las minas entonces estaban ricas, como estaban vírgenes, y todos se apercibían de haber herramientas y tener del cazabí o pan desta isla, para poder echar indios y más indios a las minas, y valía un azadón diez y quince castellanos, y una barreta de dos o tres libras cinco, y un almocafre52, dos y tres, y cuatro o cinco mil matas de las raíces que hacen el pan cazabí, docientos y trecientos y más castellanos o pesos, los más cudiciosos de coger oro gastaban en estas pocas cosas dos y tres mil pesos de oro que cogían. Cuando les pidieron el tercio del oro que habían cogido, y por mejor decir, los indios que ellos oprimían, no se hallaron con un maravedí, y, así, vendían por diez lo que habían comprado por cincuenta, por manera que todos los que más oro habían cogido, más que otros quedaron perdidos. Los que se habían dado a las granjerías y no a coger oro, quedaron según las riquezas de entonces: como no pagaron, quedaron ricos. Y ésta fue regla general en estas islas, que todos los que se dieron a las minas, siempre vivían en necesidad y aun por las cárceles, por deudas; y por el contrario, tuvieron más descanso y abundancia los dados a las granjerías, si no era por otros malos recaudos de excesos en el vestir y jaeces y otras vanidades que hacían, con que al cabo no medraban ni lucían, sino como aire todo se les iba, por que fuese argumento de cuán injustamente, con las fatigas y sudores de los indios, lo adquirían, puesto que ellos poco y nada del castigo advertían53.

Las granjerías de entonces no eran otras sino de criar puercos y hacer labranza del pan cazabí y las otras raíces comestibles, que son los ajes y batatas.

Cerca de los que hobiesen de sacar oro de las minas ordenaron los reyes que desde adelante, de todo lo que sacasen, les acudiesen con la mitad; y como ninguno acá pasaba, sino para, cogiendo oro, desechar de sí la pobreza, de que España en todos los estados abundaba, luego que desembarcaron, acordaron todos de ir a las minas Viejas y Nuevas, que distan desta ciudad ocho leguas, como se ha dicho, a coger oro, creyendo que no había más de llegar y pegar. Allí veríades hacer sus mochilas cada uno de bizcocho de la harinilla que les había sobrado o traían de Castilla, y llevarlas a cuestas con sus azadones y gamellas o dornajos, que acá llamaban y hoy llaman bateas; y los caminos de las minas como hormigueros, de los hidalgos que no traían mozos, ellos mismos con sus cargas a cuestas, y los caballeros, que algunos trujeron aquéllos. Llegados a las minas, como el oro no era fruto de árboles, para que llegando lo cogiesen, sino que estaba debajo de la tierra, y sin tener conocimiento ni experiencia cómo ni por qué caminos o vetas iba, hartábanse de cavar y de lavar la tierra que cavaban los que nunca cavar supieron; cansábanse luego, sentábanse; comían muchas veces; como digerían la comida con el trabajo presto, tornaban a comer, y al cabo no vían relucir de sus trabajos premio. A cabo de ocho días, no quedando ya cosa de comer en las talegas, volvíanse a esta ciudad, o villa que era, tan vacíos de una señal de oro, por chica que fuese, como de bastimentos. Tornaban a comer de lo poco que les quedaba, traído de Castilla; comenzáronse a descorazonar, viéndose defraudados del fin que los había traído; con esto pruébalos la tierra dándoles calenturas; sobre aquéllas, fáltales la comida y la cura y todo refugio; comiénzanse a morir en tanto grado que a enterrar no se daban a manos los clérigos. Murieron más de los mil de dos mil y quinientos; y los quinientos, con grandes angustias, hambres y necesidades, quedaban enfermos. Y desta manera les ha acaecido a todos los más de los que después acá han querido venir por oro a tierras nuevas. Otros que traían vestidos y ropas y cosas algunas de valor y herramientas, como los trecientos que acá estaban, andaban desnudos, que apenas tenían camisa de lienzo, sino sola de algodón, sin sayo ni capa y en piernas: vendían los vestidos y con aquello se sustentaron más tiempo.

Había otros que hicieron compañía con algunos de los trecientos, comprándoles la mitad o el tercio de sus haciendas, dándoles luego en vestidos y cosas que trujeron parte del precio, y adeudándose en mil y en dos mil castellanos, que era el resto, porque como los trecientos estaban apoderados en la tierra y tenían las señoras della por criadas, como en el primer capítulo deste libro segundo referimos, eran poderosos en tener comida en abundancia y servicio de indios y muchas haciendas de la tierra, y eran señores y reyes, aunque, como dije, andaban en piernas.

En todo este tiempo estábanse los indios pacíficos en sus casas, algo resollando de las tiranías y angustias que de Francisco Roldán y los demás habían pasado, sacados los que de los trecientos españoles tenían a las señoras por criadas, que trabajos no les faltaban; había una sola provincia levantada y puesta en armas, esperando cuándo habían de ir sobre ella los cristianos, de que haremos, placiendo a Dios, mención abajo.

Un hidalgo llamado Luis de Arriaga, vecino de Sevilla, que había estado con el Almirante en esta isla, ofreciose a los Reyes de traer docientos casados de Castilla para poblar con ellos en esta isla cuatro villas, con que los Reyes les diesen pasaje franco y otras exenciones harto débiles. La una, que les diesen tierras y términos convenientes para las villas y para que labrasen ellos, reservada la jurisdicción civil y criminal para los Reyes y sucesores de Sus Altezas, y excepto los diezmos y premicias, que concedidos del Papa tenían los Reyes, no les pusiesen derecho otro ni imposición alguna por término de cinco años. Reservaron también todos los mineros de oro, plata y cobre y hierro y estaño y plomo y azogue y brasil y mineros de azufre y otros cualesquiera que fuesen y las salinas y los puertos de mar y todas las otras cosas que a los derechos reales pertenecen, que hobiese dentro de los términos de las dichas villas.

Ítem, que de todo el oro que cogiesen ellos y los indios que con ellos anduviesen, diesen la mitad de todo ello para los Reyes, y que no pudiesen rescatar oro alguno de los indios. Ítem, que no pudiesen tomar brasil, y si tomasen, acudiesen a los Reyes con todo ello. Ítem, que de todo lo que hobiesen de los indios que no fuese oro, como algodón y otras granjerías en que los enseñasen o industriasen, fuera de los términos de las dichas villas, fuesen obligados a dar el tercio a los Reyes, fuera de las cosas que fuesen de comer. Ítem, que si descubriesen algunos mineros a su costa, de todo el oro que dellos cogiesen, sacadas las costas, diesen la mitad a los Reyes, quedando los mineros también para Sus Altezas, y creo que esto se entendía si los hallasen dentro de los términos de los pueblos o villas que habían de hacer. Ítem, que si descubriesen islas o tierra firme que hasta entonces no fuesen descubiertas, de todo el oro y perlas diesen la mitad, pero de las otras cosas pagasen el quinto. El pasaje franco se les dio sólo a sus personas, y no para cosa chica ni grande de las que llevasen de su casa y ropa. Fue otra merced que en las dichas villas no pudiese morar ni vivir persona alguna de las que de Castilla se desterrasen para las Indias, ni que hobiesen sido judíos, ni moros, ni reconciliados, por honra de los dichos docientos vecinos.

Habían de ser obligados a residir cinco años en esta isla, y servir en ella y hacer cumplir lo que el gobernador della de partes de los Reyes les mandase, sin sueldo alguno, especialmente si algunos de los españoles no obedeciesen sus mandamientos reales o algunas provincias se rebelasen o algunos indios se alzasen contra su servicio, a sus propias costas les hiciesen la guerra. Y si antes de los cinco años quisiesen volverse a Castilla, lo pudiesen hacer, pero que no pudiesen vender lo que por razón de la vecindad se les hobiese dado, sino que lo perdiesen, y los Reyes hiciesen dello lo que por bien tuviesen. Ésta fue la capitulación que los Reyes mandaron tomar con Luis de Arriaga, la cual se extendió a todos los españoles que a esta isla viniesen a poblar. Después no pudo hallar docientos casados, sino cuarenta. Suplicó desde Sevilla que aquéllos gozasen de aquellas mercedes; los Reyes se lo concedieron.

Venido a esta isla Arriaga con sus cuarenta casados, como lo habían ellos de sudar y trabajar y no venían a esto, sino a holgar y volverse con muchos dineros, ni hicieron villas, ni castillos, sino entre los demás se mezclaron, y lo que de los más, fue dellos. Algunos días después, los que cogían oro, de los trecientos que acá hallamos y los que de nuevo vinieron, que con ellos hicieron compañía, quejábanse al gobernador que era mucho y muy oneroso dar a los Reyes del oro que sacasen de las minas la mitad, por el mucho trabajo y costa con que se sacaba; y, por tanto, que escrebiese a los Reyes se contentasen con recebir el tercio; escribiolo y concediéronselo, y esta libertad se concedió por un capítulo de una carta real para el gobernador.

Otra vez se suplicó a los Reyes que así como por la dicha capitulación se había de pagar la tercia parte del algodón y otras cosas que no fuesen metales, que tuviesen por bien que no pagasen sino la cuarta, y ésta por provisión real, hecha en Medina del Campo, a 20 de diciembre de 503. Después, hallando también por oneroso pagar a los Reyes el tercio del oro, tornaron los españoles desta isla a suplicar que no quisiesen llevarles tanto, y enviaron por procurador a los Reyes sobre ello a un caballero de Sevilla, llamado Juan de Esquivel; y en fin, los Reyes les concedieron que no pagasen de cualesquiera metales más del quinto, y esto fue por provisión real, que comenzaba: «Don Hernando y doña Isabel, por la gracia de Dios, etc.», y la fecha della fue a 5 de hebrero de 504, en Medina del Campo.

Habemos querido poner aquí estas menudencias pasadas, de que ninguno de los que escriben podrá dar noticia particularizada, para que se vea cuán estrechos andaban los Reyes por aquel tiempo en abrir mano de los derechos reales y en hacer mercedes cuán limitados, por la pobreza grande que había en Castilla en aquel tiempo. Y los Reyes Católicos, no menos que sus reinos, carecían de riquezas y abundancia, con todo lo cual, no empero por eso dejaban de hacer, en ellos y fuera dellos, hazañas.

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